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EL LITORAL, 21 de Noviembre de 1966
POR TIERRAS DE GALICIA: VIGOGALICIA se extiende desde el extremo noroeste de la gran meseta central española hacia el Atlántico. Esta meseta central que se eleva a más de seiscientos metros, desciende gradualmente en tanto se acerca a Portugal, mientras hacia el noroeste parece continuar en el macizo galaico, que llega hasta el mismo litoral marítimo formado por terrenos de los más antiguos períodos geológicos en los que predominan las rocas graníticas entre las formaciones más recientes de fértiles valles y las pizarras y rocas del complicado litoral gallego con sus rías erizadas de escollos y arrecifes como la de Santa Marta, a la entrada del Cantábrico, o las rías bajas del Atlántico desde la desembocadura del Tambre basta la ría de Vigo, profunda y segura, resguardada por un ruedo de montañas y por el grupo de las islas Cies, promontorios abruptos y escarpados que a la entrada de la ría surgen desde las profundidades del océano, estratégicamente ubicadas para aquietar el embate del mar y hacer del puerto de Vigo uno de los mejores, abrigados y profundos de Europa. Las modernísimas instalaciones portuarias, las fábricas y los altos edificios de bancos, instituciones y organismos comerciales y confortables "Casas de departamentos' que trepan y se empinan por las laderas de las montañas, ocultan con sus moles la visión de la vieja ciudad, con sus clásicas callejas estrechas y rampantes, que perdura, tenaz, rodeada de modernísimas y hermosas avenidas por donde automóviles de últimos modelos acabaron para siempre con el trajín de los tardos y soñolientos bueyes de adornada testuz por flecos de vivos y varios colores que, uncidos a las carretas, traían diariamente a la ciudad los frutos de la tierra. Vigo es una ciudad de activísima vida industrial y comercial. Los gallegos suelen decir que "mientras Vigo trabaja, Pontevedra duerme, Santiago reza y la Coruña se divierte". Lo cierto es que las mujeres trabajan tanto o quizás más que los hombres y donde es más interesante observarlas es en el puerto de la pescadería, donde acuden desde muy temprano a la espera de las barcas de pescadores. La pesca mayor, como la del atún o la del bacalao, se remate en un amplia y confortable recinto donde los interesados en operaciones importantes se ubican en. cabinas, con teléfono instalado, a lo largo de la parte alta del salón, y los demás posibles compradores en una platea de cómodos sillones con un timbre eléctrico en el brazo derecho de la butaca. En el testero del recinto se levanta una tarima donde actúan los empleados encargados de controlar las operaciones, mientras cl vendedor indica el elevado previo que fija a su mercadería por medio de números luminosos; entretanto, en un gran disco blanco, corno la esfera de un reloj va bajando lenta y automáticamente la cotización por un dispositivo luminoso que marca el descenso del precio en el lugar que ocupan los minutos, hasta que desde las cabinas o desde la platea alguien a quien interesa el precio marcado en ese instante aprieta el botón que tiene al alcance de la mano en su mismo asiento, y detiene la baja del precio fijado como base, señalando, a la vez, también por un sistema de números luminosos, el correspondiente al asiento de quien realiza la compra. A lo largo de los muelles, las mujeres, entre cantos y comadreos, esperan la llegada de los barcos menores con el producto de una noche de pesca o con la carga de mejillones que transportan desde las mejilloneras, especie de balsas fondeadas en distintos lugares de la ría, donde los mejillones crecen adheridos aun sistema de cabos que caen al mar desde la balsa; y mientras las gaviotas revolotean alrededor de las embarcaciones amarradas al muelle, las mujeres en pequeños corrillos discuten el precio le la mercadería en torno aun vicio pescador que controla la puja. El pescador que sale al mar por seis meses basta Terranova o la costa de Africa, puede ganar, al terminar la faena, unas cien mil pesetas más o menos y el que va a la sardina, al fin de quince días que dura el trabajo, unas siete mil pesetas más o menos, de acuerdo, desde luego, al éxito obtenido en el viaje; mientras el costo diario de vida de un obrero en la ciudad es de trescientas pesetas con el kilo de pan a diez. Pero con el pan caro o aún sin pan, en Galicia se canta siempre, que por algo dijo la copla: "Yo no canto por cantar, Así se cantan en tonos dulces y melancólicos canciones o coplas populares ingenuas como aquella que dice: - Qué llevás en esa falda - Llevo rosas y claveles - Qué guapa vienes O como aquella otra, del mensaje de amor enviado en la naranja que se marchita ante la indiferencia de su dueña: "Tireiche una naranxiña Canciones que se cantan junto a los puentes de piedra de las aldeas: "Por debaixo de via do tren, Canciones que tienen cierta recatada picardía: " Eu non se que ten a morena Canciones que se oyen en el mercado, en el puerto o al borde de las rías azules y serenas: "Ondiñas vienen o van O que expresan el temor a las tormentas del mar: "Una mañana temprano Canciones que se oyen en los valles verdes y tranquilos a la sombra de pinos y robles; a lo largo de los caminos bordeados de chopos; o en las ruidosas tornerías para el santo patrono de cada lugar, a veces en devota competencia con el patrono vecino: "Si vas a San Benitiño Pero las canciones que canta el pueblo en toda Galicia son las de la gran poetisa gallega Rosalía de Castro, que supo reflejar en sus versos con tanta emoción toda el alma de su tierra: "Miña terra, miña terra El aldeano gallego es introvertido y un tanto desconfiado, mientras que la mujer, que va al mercado y trata y regatea los precios y ofreced producto de su trabajo en la tierra, es locuaz y alegre. Suelen tener los aldeanos una vaca o dos, pero si alguna familia llegara a exceder este número ya se la consideraría en la categoría dejos ricos. El régimen de la vida familiar es todavía el del matriarcado, pues a la mujer le corresponde el gobierno de la casa, el trabajo de la tierra y la venta periódica en el pueblo del sobrante de sus cosechas, de su relucido corral de aves, o de la faena anual del cerdo, que se sacrifica entre los primeros días de noviembre y el día de Navidad, especialmente en el clásico día de San Martín, el 11 de noviembre, de donde viene aquello de que "a cada chancho le llega su San Martín"; pero si se han criado los cerdos, sólo se sacrifica uno y se vende el otro. La vaca es el animal que presta mayor utilidad en esta patriarcal economía aldeana, pues no sólo da su leche sino que también se la utiliza como animal de tiro atándola a la carreta. Como en los tiempos de Santa Fe la Vieja en que los vecinos llevaban sus yeguas a fecundarlas por el padrillo contratado por el Cabildo para este fin, actualmente los aldeanos llevan sus vacas para ser fecundadas por el toro del Ayuntamiento. Los bueyes se uncen a las carretas para el transporte pesado como el de los troncos de pinos o de robles talados en los montes, pero el transporte liviano de la cosecha lo hacen las vacas atadas también a la carreta llevada por un cordel del que tina la mujer ya veces el hombre o el muchacho que va adelante. La mujer cultiva la tierra con una antiquísima técnica en algo semejante a la que usaban los indios agricultores de América, que consiste en clavar en el suelo dos horquillas que empuñan en cada mano y que por medio de la presión del pie hacen penetrar profundamente, para echarlas luego, con el peso del cuerpo, hacia adelante levantando así la tierra que luego de molida con unos mazos, depositan en ella la semilla. La tierra se abona para cada cosecha. Los aldeanos del litoral emplean algas marinas y desperdicios de la pesca, además del estiércol y de la caña de maíz triturada en el establo por el ganado que duerme y descansa sobre ella. Los productos de esta agricultura aldeana están formados especialmente por maíz, porotos, coles, garbanzos, calabazas y papa, que aquí llaman patata. No hay una aldea, donde aúnen pequeñas parcelas no se cosechen la papa y el maíz, plantas americanas traídas a España por los hombres de la conquista. Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, primer cronista de Indias, vio cultivar por primera vez el maíz en Toledo el año 1525, pues los que realizaron la epopeya de América no se limitaron, como afirman los que divulgan la "leyenda negra", a saquear el oro y la plata de las indias de Occidente, pues antes de cumplirse cincuenta años del descubrimiento de América ya habían aclimatado en España no sólo un buen número de animales domésticos, frutas y vegetales que enriquecieron la dieta del hombre de Europa, como el maíz y la papa, o que usaron en aplicaciones terapéuticas, sino que también supieron alegrar sus residencias y paseos con plantas de jardinería. Pero lo mismo que en las grandes ciudades -Vigo, Pontevedra, Orense, Santiago de Compostela la edificación moderna con sus fábricas y comercios importantísimos y sus confortables residencias, encierra y a veces oculta los barrios viejos llenos de carácter y de poesía, así, esas grandes ciudades de intenso trajín motorizado, rodean los viejos caseríos de los escondidos y fértiles valles y de las suaves laderas de las montañas de Galicia donde todavía el labriego, apegado a su tierra, conserva las costumbres de tiempos pasados y mientras discurre por los senderos de las huertas entre higueras y pámpanos como un dios pagano, o marcha paso a paso con su perro y su cayado pastor detrás del rebaño de sus ovejas, canturrea los versos de Rosalía de Castro que reflejan con tanta hondura y emoción el alma gallega: "Miña terra, miñaterra, |